Un poquito más de vocación…(por Antonio Leyva)

Otro excelente artículo de mi buen amigo Antonio Leyva, copiado de su blog y publicado aquí con su permiso.

Un poquito más de vocación…

Recuerdo perfectamente por qué me inicié en la artes marciales.

No lo hice por “estar en forma”, aunque es un efecto secundario previsible.

No lo hice por seguir una moda, por más que en ese momento “todo el mundo” practicaba algo.

Lo hice porque buscaba saber defenderme, quería ser “fuerte” y no sufrir abusos por parte de nadie, sólo por no tener capacidad real de oponerme.

Pero sobre todo y ante todo, nunca me inicié pensando en sacarle una rentabilidad económica. No me inicié para “ser un  maestro“, sino para ser lo que seré hasta el último momento, un estudiante. El “beneficio” era adquirir habilidades, no el tener el derecho de vendérselas luego nadie.

Sinceramente me revienta la gente que entrena “para conseguir un titulo, un grado, una posición”. No es que sea malo que uno obtenga títulos, grados y posición, sino que esa sea la motivación para entrar en este mundo. Hay demasiados que se preocuparon más por tener un grado que por “aprender” y ahora tenemos muchos “reconocidos expertos” según un papel que en la práctica luego no saben nada.

Si consideramos el aprendizaje como un viaje que dura muchos años, hay quien deseará llegar al destino, sea este cual sea y hay quien se recreará en el propio proceso del viaje. Puesto que la práctica y el proceso de aprendizaje no culminan hasta el último día de nuestra vida, sería como si en el propio viaje de la vida, uno estuviera deseando “llegar a la meta”  no “vivir la vida”. Y es que en la vida, la meta es la muerte.

En el aprendizaje, quien no tiene una meta distinta que la de aprender hasta el último instante, alcanza ésta desde el primer momento, pues cada día que aprendes es el último de la lista de días que has estudiado y te mantienes en el punto más avanzado  de tus objetivos día a día.

Sin embargo, si tu objetivo es “ser maestro“, el proceso de aprendizaje no es precisamente algo que disfrutes sino un incómodo trámite. Y personalmente dudo y mucho que de este modo puedas alcanzar logros significativos en el dominio de un arte que precisa de compromiso, paciencia y tesón si no hay en ese proceso un sincero disfrute con el hecho en si mismo de estudiar el arte.

Aprender es un derecho limitado. Todo el mundo tiene a priori derecho a aprender, pero sólo en la medida que su trabajo rinda. o dicho de otro modo, tú puedes perder tu tiempo de estudiante  tanto como desees, pero no tienes derecho a desperdiciar el mío como profesor.

Sin embargo, enseñar no es un “derecho”. No, enseñar pasa a ser un “deber” y por muy gratificante que pueda ser enseñar a otros, implica un esfuerzo y compromiso aun mayores que el simple proceso de aprender.

Cuando aprendes, te preocupas de si vas o no por buen camino, si aplicas o no lo que te enseñan de modo correcto y si alcanzas o no un entendimiento adecuado de lo que aprendes. Y lo haces centrado en ti mismo, la persona a la que por lo general conoces mejor que a nadie.

Al enseñar, tienes que efectuar ese proceso para cada alumno. Es evidente que en los inicios, resulta fácil ver si el alumno “lo pilla o no”. Pero según avanza, cada uno tiene sus propios lastres, sus propias habilidades por encima y por debajo de la media y cada uno necesita correcciones y guías individualizadas. Y como profesor tu deber es proporcionárselas y tu obligación profesional, hacerlo correctamente. No basta con la buena intención, hay que conseguir buenos resultados. En caso contrario, es mejor o no enseñar o derivar al alumnos que no sabemos manejar hacia otro profesional, escuela o actividad cuyos métodos si funcionen con ese alumno.

En definitiva, enseñar es multiplicar por el número de alumnos el esfuerzo realizado para aprender tú mismo.

Y aquí entramos con el tema de la vocación.

Si no disfrutas con el proceso del propio aprendizaje, ¿como demonios vas a disfrutar y por lo tanto a realizar con unas mínimas garantías el proceso de guiar a otros por un camino que detestas?. Si no te gusta aprender, déjate de metas a largo plazo y busca otra actividad, porque en ésta, aprender sabes cuando empiezas (el primer día) pero también que aunque no conoces la fecha en que terminas, si sabes que coincide con el día en que falleces y por lo tanto, es algo para toda la vida.

Si disfrutas aprendiendo, entrenando y practicando, tienes la primera de la condiciones necesarias para poder enseñar. La segunda es que realmente te guste enseñar. Ponerse delante de un grupo y que te imiten, no es enseñar. No, enseñar es hacer eso según un programa determinado y ponerte en el lugar de cada alumno, supervisando si aprende o no y entregándole la atención y los medios necesarios para que lo consiga. Algo que implica mucho tiempo, estando permanentemente preocupado por como progresa cada uno de ellos.

Sin esta vocación de enseñar, mejor ni te preocupes por el tema y déjalo pasar.

Y por último, con pasión y vocación, tienes mucho pero te falta la habilidad de enseñar. No todo el mundo vale para enseñar, ya sea por ignorar “que” es lo que hay que enseñar en cada momento, ya porque aunque tengas el conocimiento corporal sobre como practicar y los métodos de entrenamiento para lograrlo, careces del conocimiento intelectual, de la comprensión que permite pasar de un entorno de dominio del propio cuerpo a uno de transmisión “clara y asequible” en el entorno de la enseñanza. En definitiva, que si no vales para enseñar, lo mismo es mejor que no te dediques a ello…

¿Y por qué hay quienes enseñan si como tal, ni tienen vocación ni habilidad para hacerlo?.

Pues por dinero, claro. Por supuesto es correcto que una persona reciba una remuneración por su tiempo y esfuerzo, pero en el mundo de la enseñanza, debe primar el interés del alumno sobre el beneficio económico del profesor. Y si no es así, dudo mucho que la calidad del resultado justifique el precio pagado.

Recuerdo que hace ya bastantes años, uno de mis profesores fue cuestionado por un alumno insolente e ignorante sobre el contenido de sus clases, comparándolas con las de un “supuesto referente“. Mi profesor, se enfadó (una de las pocas veces en que ha perdido la sonrisa en la cara) y comentó para todos algo así como: “Nos levantamos pronto cada sábado y domingo para entrenar. Yo podría quedarme en casa y vivir mi vida, pero vengo aquí porque entiendo que todos sentimos la misma pasión por este arte. Pero si es por dinero, con lo que pagáis, os enseño a dar un patada frontal y ya ganáis en el trato”.

Cuando uno enseña por un precio “simbólico”, adquiere el derecho a no tener que dar muchas explicaciones. Enseñas lo qué y cómo consideras más oportuno para que el estudiante aprenda. Y puesto que el beneficio económico “no compensa el esfuerzo”, se supone que el profesor lo hará la satisfacción de ver progresar a tus alumnos.

Personalmente preferiría poder permitirme enseñar gratis y que de ese modo nadie pudiera sentirse engañado o defraudado con el resultado. Y de hecho es algo que he hecho en el pasado y que de modo puntual sigo haciendo en el presente y haré en el futuro. No creo que en el duro trabajo de encontrar alumnos dispuestos a adquirir el compromiso necesario para aprender, uno pueda permitirse el lujo de rechazar a nadie sólo por razones económicas. Por supuesto tampoco implica que se esté obligado a enseñar y gratis a cualquiera. Digamos que lo que te da es una gran libertad a la hora de enseñar “lo que debes” en detrimento de lo que te conviene a nivel de negocio.

Esto es así hasta tal punto, que hay maestros que no permiten que sus alumnos den clases de forma profesional, sino que obligatoriamente han de tener otro trabajo que les mantenga si es que quieren enseñar, para no verse atrapados en la red de la dependencia económica. Y luego dan libertad para cobrar lo que estimen oportuno.

Por otro lado están los que no tienen vocación, los que dependen de tener cierto número de alumnos para sobrevivir y además gustan de vivir bien… Por desgracia en estos tiempos, es algo perfectamente factible y sin riesgos. En el pasado enseñar implicaba que a uno lo podían poner a prueba y que ademas esa “prueba” podía ser algo realmente peliagudo, en forma de “retos de cierre de escuela”, en los que se podía perderse no solo el negocio sino incluso la vida. Por lo tanto el propio medio impedía la existencia de esa clase de personajes o al menos limitaba de modo extraordinario su número.

Creo que se pueden dar clases orientadas a públicos diferentes, siendo unas más rentables que otras. Creo que es algo válido que esto suceda. Lo que ya no me parece correcto es que al alumno le suponga un gasto cuantitativa y cualitativamente superior el tener acceso a ciertos conocimientos. Si implica un número extra de horas de enseñanza es lógico que se retribuyan pero no que se haga a un precio superior. Porque cuando ciertos conocimientos sólo son accesibles a golpe extra de billetes, hay pocas posibilidades de que quien imparte esas enseñanzas tenga vocación y por lo tanto muchas de que ese conocimiento tampoco tenga la calidad que se le atribuye.

La vía de la enseñanza debería estar reservada a aquellos con dotes y vocación. Por eso en ciertos países, la de profesor es una de las profesiones más prestigiosas y mejor remuneradas frente a lo que sucede por ejemplo en nuestro entorno, donde la carrera de magisterio se convierte en demasiados casos (por suerte con numerosas y más que notables excepciones), en la salida profesional de muchos mediocres.

5 respuestas a «Un poquito más de vocación…(por Antonio Leyva)»

  1. Excelente post… me hizo acordar a lo que decía Osho sobre los grados y los títulos: «el nombre, cada vez más grande y el hombre, cada vez más pequeño»… abrazo Dani y gracias por compartirlo 😉

  2. Si a alguien no le gusta enseñar es muy difícil que lo haga bien. Hay grndes artistas marciales cuyos alumnos no dan el nivel porque no comunican bien y no se preocupan por la enseñanza.

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